
Una noche delirante que terminó en una frenética tormenta, pero fue una linda tormenta que no impidió en ningún momento, caminar bajo la lluvia. Mi cabello se transformó en una cascada de rulos, mi vestido entallado y empapado no opacó mi elegancia.
No, esa noche no. Deseaba sentirme elegante y feliz. Una felicidad absurda, porque las cosas buenas siempre tienen un apresurado final. Y el vacío podía llegar en cualquier momento, imprevisiblemente.


Llegué a casa, fumé el último cigarrillo de la noche, me acosté mientras el alcohol secaba mis venas. Tan sólo anhelaba permanecer en la levedad porque el mañana se acercaba con sobrepeso. Temerosa de nuevo, no quería despertar.Y llegó la maldita hora del final... ¡Y que coño, esa noche me sentí reina!