mientras el champagne impregnaba mis venas y el aroma a levedad saciaba mi sed. La oscuridad inventó un viaje con fecha de caducidad y yo lo agarré sin apenas respirar. Navegué en el frenesí de la noche, bailé entre el humo que deambulaba en un impasse. Por momentos ese humo intoxicado era yo.Lo único que deseaba es que la noche no terminara. ¡Qué loco! Sólo deseaba que esas horas fueran eternas, sin preocuparme por el mañana. Y volar...
Una noche delirante que terminó en una frenética tormenta, pero fue una linda tormenta que no impidió en ningún momento, caminar bajo la lluvia. Mi cabello se transformó en una cascada de rulos, mi vestido entallado y empapado no opacó mi elegancia.
No, esa noche no. Deseaba sentirme elegante y feliz. Una felicidad absurda, porque las cosas buenas siempre tienen un apresurado final. Y el vacío podía llegar en cualquier momento, imprevisiblemente.
Llegué a casa, fumé el último cigarrillo de la noche, me acosté mientras el alcohol secaba mis venas. Tan sólo anhelaba permanecer en la levedad porque el mañana se acercaba con sobrepeso. Temerosa de nuevo, no quería despertar.Y llegó la maldita hora del final... ¡Y que coño, esa noche me sentí reina!